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HURACANES, entre la fuerza de la naturaleza y la resiliencia de nuestras comunidades

  • Writer: Eduardo Cosme Hernández
    Eduardo Cosme Hernández
  • Sep 16
  • 3 min read

Desde la ingeniería hasta la vida cotidiana, desde la historia hasta el futuro climático, los huracanes nos obligan a repensar cómo construimos, vivimos y planificamos nuestra sociedad.


Los huracanes son fenómenos naturales de enorme poder destructivo que, cada año, ponen a prueba la resiliencia de nuestras comunidades y la preparación de nuestras infraestructuras. Su paso no distingue entre ciudades modernas o comunidades costeras humildes; arrasan lo que encuentran a su paso, dejando tras sí una mezcla de pérdidas humanas, daños materiales y una inevitable reflexión sobre qué tan listos estamos para enfrentarlos.


En el Caribe, donde la temporada ciclónica es una realidad anual, se convierten en una amenaza constante. Ya no se trata de preguntarse si llegará uno, sino cuándo y qué tan preparados estaremos. La ingeniería estructural y la planificación urbana enfrentan un desafío particular frente a los huracanes: diseñar infraestructuras capaces de resistir vientos extremos, lluvias torrenciales e inundaciones repentinas. Los códigos de construcción en Puerto Rico y muchas islas del Caribe han evolucionado como respuesta a los desastres pasados. Cada vez que un huracán deja un rastro de destrucción, surgen nuevas normativas que obligan a reforzar techos, ventanas y cimientos, al mismo tiempo que se promueve el uso de materiales más resistentes.


Sin embargo, no basta con edificar estructuras más fuertes. La resiliencia también depende de la infraestructura crítica: hospitales, plantas eléctricas, telecomunicaciones y sistemas de agua potable que deben mantenerse operantes en medio de la tormenta. El colapso del sistema eléctrico en Puerto Rico tras el huracán María en 2017 demostró que, sin energía, los esfuerzos de recuperación se multiplican en dificultad.


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La planificación urbana es otro componente esencial. Construir en zonas inundables, cerca de la costa o en áreas sin drenaje adecuado es casi una invitación al desastre. La ingeniería debe ir de la mano con la planificación territorial y una visión a largo plazo que considere el aumento del nivel del mar y los cambios en los patrones climáticos.


Más allá de los cálculos estructurales y las políticas de infraestructura, un huracán siempre se traduce en historias humanas. Familias que pierden sus hogares, comunidades enteras desplazadas, recuerdos y pertenencias que desaparecen bajo el agua o son arrastrados por el viento. El impacto emocional y social es tan devastador como el material. La incertidumbre de no saber cuándo regresará la electricidad, la dificultad para acceder a servicios médicos, la pérdida de empleos y la ruptura de rutinas generan un ambiente de angustia y vulnerabilidad. A menudo, quienes más sufren son las comunidades de bajos recursos, donde las viviendas no cumplen con los códigos más estrictos y el acceso a seguros o ayuda inmediata es limitado.


Aun así, en medio de la tragedia, surge la resiliencia comunitaria. Brigadas de vecinos que limpian escombros juntos, cocinas comunitarias que reparten alimentos, familias que abren sus puertas a otras. Estas acciones demuestran que la preparación ciudadana y la solidaridad son tan importantes como cualquier medida técnica. La cultura de preparación, tener un plan familiar, guardar suministros, conocer rutas de evacuación, puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.


La memoria histórica del Caribe está marcada por huracanes. Desde el San Felipe en 1928, pasando por Georges en 1998 y María en 2017, cada generación tiene su tormenta de referencia, esa que cambió su vida y redefinió la forma de ver estos fenómenos. Pero los huracanes no son estáticos; evolucionan con el clima. El cambio climático está alterando la frecuencia, la intensidad y la geografía de estos eventos. Mares más cálidos proveen la energía necesaria para que las tormentas se conviertan en huracanes de categoría mayor en menos tiempo. Además, ya no son fenómenos exclusivos de las latitudes tropicales: comienzan a formarse en regiones donde antes no ocurrían, expandiendo el mapa del riesgo.


Esto plantea un reto adicional: ¿cómo adaptarse a una nueva normalidad donde estos no son eventos excepcionales, sino parte de un patrón climático recurrente? La respuesta requiere políticas públicas integrales, inversión en ciencia, actualización de infraestructuras y, sobre todo, una visión colectiva que entienda que la lucha contra el cambio climático es también una forma de proteger la vida y el futuro de nuestras comunidades.


Los huracanes son, al mismo tiempo, un recordatorio de nuestra vulnerabilidad y una oportunidad para construir un futuro más resiliente. No podemos detenerlos, pero sí reducir su impacto. Esto implica diseñar mejor, planificar con visión de futuro, atender las desigualdades sociales que los hacen más devastadores y reconocer que el clima está cambiando y con él nuestras amenazas. La verdadera resiliencia no se mide solo en concreto y acero, sino también en la fortaleza de nuestras comunidades y la capacidad de aprender de la historia para enfrentar un futuro cada vez más desafiante.


Por Ing. José E. García Villamil, PhD SE, PE


Principal,  Miyamoto International Puerto Rico, LLC


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